Historia Interminable Prologo

Mientras fuera de una pequeña casa, las aves le dedicaban canciones a un día lleno de nubes, dentro de ella no había ruido alguno. Nada estaba siendo ocupado, con excepción de una silla y una mesa.

En ellas, un hombre rubio se apoyaba. Galantemente ponía su mejor cara de pensador, con pluma en mano y tinta a su lado.
Unos minutos pasaron lentamente, hasta que, en cierto instante, y cuidando de no manchar sus – costosas, según lo que se veía – ropas, hundió la pluma en el tintero, y comenzó…




"…


Una…



Una de las cosas que intentó inculcarme mi nana en los primeros años de mi vida, fue que la escuchara. Aunque hoy en día sé que no logro escuchar a nadie antes que yo mismo – y muy orgulloso estoy de ello – aún conservo en mis recuerdos pequeñas cosas sobre ella, y sus pequeñas lecciones.

Una de ellas son los fantásticos cuentos de hadas que me contaba ella al irme a dormir. Cuentos en donde fieros y valientes príncipes luchaban contra dragones para salvar pueblos a y a su verdadero amor, alguna princesa de un reino lejano cualquiera. No nací para recordar caras, o voces. Pero, si me concentro bien, aún puedo verla, su redonda cara algo ajada por los años, pero con una voz más llena de dulzura que la de mi querida madre.


Hojeando ese libro mental el cual ocupaba para contarme cuentos.


Ella. Ellos fueron una parte muy importante en mi vida.

Ya que para un niño común y corriente, son solo sueños de mundos lejanos. De fantasía que nunca podrán lograr.
Pero yo en mis tiempos mozos fui el Príncipe Heredero de Ciudad del Plata. Y no les estoy mintiendo, no vayan a romper este escrito así de rápido nada más.

Como les decía unos párrafos ante—"




"CRASHHHH!!!"



Con un solo sonido, las palabras dejaron de fluir.



"Por la puta madre!!! Puto frasco que te parió por la cresta!!!"


Y ahora qué…? Con un suspiro – resoplido -, el hombre se levantó de la mesa. A paso rápido pasó por la salita y por sus pasillos – muy simples, no más adornos que unas pequeñas canastas de mimbre, y los muebles de madera hechos a mano tosca – hasta llegar a la cocina de la casa.

En el lugar, rió al ver como la persona que gritaba – quién sucedía que era el dueño del lugar, le gritaba a un frasco de arcilla roto.


"Pero qué boca más sucia tenés, Manuel"

"No me vengai con weas culiao, que hubierai hecho lo mismo que yo si se te rompiera el frasco de la sal en tu mano! TU PROPIA MANO!!" Manuel no sonaba para nada contento. Y lo demostraba en todo su cuerpo.

"Venga, dejáme ayudarte con algo…"

"No, no. Cocinai muy mal weon, vete a hacer lo que estabai haciendo antes no mah."

"Bien, bien" No pudo evitar reír el rubio, al ver a su amigo – amigo? – Manuel, recogiendo la sal con la otra mano. Ese día había despertado de peor humor que de costumbre (cosa no rara, eh?), lo que hacía que hasta sus simples ropas (un pantalón con tirantes, blusa blanca abierta y botas) fluyeran en torno a su mal aura.



Mejor irse lo antes posible.




" –s, los sueños de ser un valiente príncipe afectaron gran parte de mi ser. Lo que soy ahora y lo que seré, es probable que tengan mucho que ver con aquellos días también.

Es más, lo que hoy me tiene aquí, sentado, escribiendo a miles de años de casa – miles de años, tiene que ver con una princesa, una bruja, y el apuesto príncipe que vendría siendo yo.


Por supuesto.


Ya conocen como son los cuentos, si? Inicio, clímax y final.

Aparición del héroe, enfrentamiento dramático, victoria.

Todos los cuentos tienen un final. Todas las historias tienen sus estereotipos compartidos, aunque tengan particularidades propias cada una de ellas.

Pero en éste caso, nada es lo que es.

Aquí, nunca me esperé que, aunque la historia me dijera cómo sería el final, los factores pudieran cambiar.


La Princesa no era Princesa.


La Bruja nunca lo fue.


El gran peligro era ilusorio.


Y los bandos estaban a la elección del que conociera sus historias.


Ésta aventura que inicié mucho tiempo atrás, dejó sus marcas en mí. Hoy no puedo regresar a casa, nunca jamás.

Así como descubrí que ni la Princesa ni la Bruja nunca serían tocadas por la mano blanca de la Muerte.


Tiempo atrás, nunca hubiera pensado en hacer esto.

Pero hoy, no es una cosa de pensar.

Es el querer hacerlo.

Recordar nuestras vidas, y escribir lo que pueda sobre una de las pocas historias Sin Fin que quizá… no, nunca logre terminar.


Mi nombre es Martín, y quisiera que leyeran atentamente lo que empezó hace treinta y un años atrás…"